Sejam benvindos

Que o humor e o bom senso sirvam aos seus espíritos.
Que você encontre aqui prazer e motivos para reflexão.
Bem vindo.

Andradenses... entrem no grupo.

Vamos discutir Andradas... entrem no grupo.http://br.groups.yahoo.com/group/andradasantigacaracol/

quinta-feira, 27 de dezembro de 2007

Cena de Navidad

Eu queria escrever um algo engraçado sobre o Natal dos excluídos... Como escrever "algo", depois de ler o texto abaixo? - Repleto de verdades indissolúveis e ao mesmo tempo, desmascarador de hipocrisias.

Nem vou tentar – ao menos por enquanto.

Desculpem, - encontrei-o já em espanhol e, resolvi mantê-lo, pela melodia da língua.

Cena de Navidad

Frei Betto

Se dio por celebrada la Misa del
Gallo en la madrugada del 25 de diciembre. El padre Alfonso se dejó
contagiar por la aflicción de los fieles, ansiosos por regresar a sus
casas y disfrutar de la cena antes de que se acostaran los niños.
Abrevió la homilía, se saltó algunas oraciones, deseó a todos una Feliz
Navidad y les dio la bendición final. Una decena de feligreses se juntó
en la sacristía para darle a él también las felicitaciones. Los regalos
se fueron juntando en un rincón: camisas, calcetines, libros… esas cosas
apropiadas para un hombre de Dios.

Despojado de los ornamentos, el padre Alfonso se vio solo.
Miserablemente solo, en plena noche de Navidad. El celibato es un don y
él creía haberlo recibido. A lo largo de veinte años de sacerdocio le
sobrevinieron muchas tentaciones. Sin embargo no era el atractivo de las
mujeres lo que le llevaba a dudar de su consagración. Las admiraba, se
sentía gratificado de encontrarlas bellas y atractivas. Señal de que
había en él un macho, lo que íntimamente le envanecía. Le perturbaba la
conciencia del padre que nunca fue. Muchas veces sentía la nostalgia de
los hijos que no tenía.

Le atormentaba verse solo en la mesa del comedor. Comer es comunión,
compartir, mezclar el yantar con el diálogo ameno y alegre. El alimento
le caía insulso, y con frecuencia se sorprendía soñando con los ojos
abiertos en una mesa rodeada por su familia imaginaria.

En aquella noche la soledad le golpeó fuerte. Una soledad con una punta
de amargura adherida a una expectativa frustrada. La sentía en la boca
del alma. Ninguno de los feligreses había tenido la gentileza de
convidarle a cenar.

El padre Alfonso revisó los paquetes de colores brillantes y encontró lo
que deseaba: un pastel y una garrafa de vino. Los metió en la bolsa
donde llevaba los sacramentos a los enfermos y se dirigió a la zona bohemia.

Shirley tenía los ojos hinchados, el pecho sofocado, el corazón
encogido. Desde la caída de la tarde había llorado copiosamente al
recordar las navidades de su infancia. Se acordó de la familia que la
repudió, del marido que la abandonó, del hijo que se avergonzaba de
ella. Sintió odio contra la vida, contra el infortunio a que se vio
condenada. Confundida, tuvo miedo y deseo de sentir odio también contra
Dios.

Si pudiera no trabajaría aquella noche, pero no le quedaba alternativa.
Las deudas la obligaban a salir a la calle y esperar el dinero ocasional
que llegaba escondido tras la fantasiosa excitación de su fortuita
clientela.

Miró al hombre con la bolsa en la mano, camisa sin corbata, zapatos
oscuros. Quizás viniera del trabajo. Lo encuadró en la tipología
adquirida en tantos años de callejear: tenía el aspecto ingenuo de los
que sólo buscan aliviarse y, a la hora del pago, prefieren ser generosos
antes que enfrentar a una prostituta enojada dispuesta al escándalo.

Intercambiaron miradas y ella se esforzó por esbozar una sonrisa
seductora. El se paró y le preguntó; ella señaló el hotel de paso de la
esquina. Caminaron juntos en silencio, ella sobreponiendo su
profesionalismo a los sentimientos rotos, él aprensivo ante el recelo de
poder ser reconocido. Subieron las escaleras escasamente iluminadas, en
cuyos peldaños las cucarachas se desviaban ariscas.

Al desabrocharse el primer botón ella intentó decir algo, pero él se le
adelantó; le explicó que no estaba allí en busca de sexo sino de
compañía. Pero que le pagaría lo acordado. Le habló de su sacerdocio y
de su soledad, y le preguntó si ella estaría dispuesta a orar con él y a
compartir la cena.

Shirley se sentó en la cama, metió la cara entre las manos y estalló en
llanto. Pero ahora era un lloro de alivio, de gratitud por algo que no
sabía definir, casi de alegría. Luego habló de sus navidades en el
campo, del pesebre de tamaño natural que su padre armaba en un rincón de
la casucha, del pavo engordado durante meses para la ocasión, del local
bendito cedido por una vecina a falta de iglesia y de sacerdote en
aquellas lejanías.

El padre Alfonso propuso hacer una oración. Ella se arrodilló y él la
tomó de la mano e hizo que se sentara de nuevo. Él ocupó la única silla
que había en el cuarto. Abrió el evangelio de Lucas y leyó pausadamente
el relato del nacimiento de Jesús. Después le preguntó si le gustaría
recibirla eucaristía. Shirley pareció sentirse golpeada.
¿Cómo ella, una
puta, podría recibir la hostia sin haberse confesado siquiera? El
sacerdote leyó el texto de Mateo 21,28: "Las prostitutas les precederán
en el reino de Dios". Y pensó que debiera ser él, y esa sociedad cínica,
injusta y desigual los que debieran confesarse con ella y pedirle perdón
por haberla obligado a una vida tan degradante.

Después de la comunión el padre Alfonso sacó dos vasos de la bolsa, los
llenó de vino y partió el pastel. Amanecía ya cuando los dos seguían
conversando animadamente acerca de sus vidas.

- Frei Betto es escritor, autor de "Tipos típicos. Perfiles literarios",
Premio Jabuti 2005, entre otros libros.

Traducción de J.L.Burguet